Me pregunto si dos cuerpos desnudos
pueden recordarse sin haberse visto desnudarse,
si alguna vez tendremos tiempo para el otro,
si en tu calendario cabe mi ciudad,
si a ti también te duelen los besos que no has dado.
Me lo pregunto porque no me has dejado apuntada
la dirección de tus orgasmos,
porque una cena es muy poco,
porque en aquellos platos
nos dejamos una conversación sin ropa,
un futuro que sonaba diferente.
Me pregunto si en lugar de despedidas
hay una puerta por la que te veré entrar
como el dios que irrumpe con su lluvia
en el incendio interminable.
Me pregunto todo esto:
si seremos más que un prólogo,
si guardas un cuaderno con mi nombre
para escribir la parte que no quieres perderte de mi vida.
Sé de sobra que estos sentimientos
parecerán galgos corriendo más deprisa que nosotros.
También sé que nadie quiere ir a allí
donde la desesperación espera tras unos ojos.
Pero no es desesperación.
Es un verbo no inventado esto que siento,
cercano a la urgencia, cercano a una dulce fiebre,
una especie de línea dibujada
entre la posibilidad de tenerte entre mis manos
y la posibilidad de no tocarte nunca.
Seguro que entenderás de lo que hablo.
Me pregunto si ese sábado fue cierto,
si guardas una copia de seguridad de tus sentidos
por si no vuelves a verme.
Me pregunto si es capricho o necesidad,
si es algo cercano al deseo,
o algo cercano al amor.
Es solo eso, que me pregunto cosas:
si tú también eres alérgica a las despedidas,
si el destino nos espera en una cama,
si en febrero habrá respuestas para esto.