Mi madre me dice que a veces se le encoge el corazón cuando publico un nuevo poema triste porque sabe lo que hay en la trastienda. A mí me gustaría decirle que sí, que estoy triste, pero también quiero recordarle a ella y a todos los que sufrimos por algo, que a menudo el dolor es la antesala también de una nueva vida, que solo quien te empuja te enseña que debes a aprender un nuevo modo de estar en pie, que tal vez lo anterior ya no valía. Lo importante es buscar las armas para que la tristeza sea un paso más del camino y no un modo de abandonarse. Instalarse para siempre en la comarca de la tristeza solo puede convertirte en el mejor de los poetas y yo prefiero seguir vivo, ser un poeta del montón, caer solo cuando sea necesario. Normalmente me suelo quedar unos días allí, a ver qué tiene mi trastienda, a maldecir, a criticarme o a criticar a los otros que me hayan podido dañar. Me quedo unos días allí para que baje la marea. Una vez que baja puedes ver lo que queda en el fondo del mar de la trastienda y entonces tomas nota, apuntas tus errores, o los del otro y tomas cartas en el asuntos según corresponda: o mejoras o aceptas o perdonas o pides perdón o te callas o te vuelves a cagar en su puta madre y sigues adelante. Lo importante es salir de ahí con el ánimo renovado, agradecido de que esa marea, esa tristeza acumulada en la trastienda tenga algo hermoso que enseñarte. Casi siempre suele ser así, aunque a veces cueste llegar a verlo con nitidez, pero tengo suerte, tengo 37, o lo que es lo mismo, muchos años de buen entrenamiento, demasiados paseos a ver qué sucede en la trastienda.
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