A veces me pueden los sueños
y conozco a mujeres
—quiero decir que me las cruzo
o comparto un rato con ellas—
y sin filtro ni credenciales
en un instante me imagino una vida entera a su lado
con la obstinada la imagen de la felicidad,
un despertar en mañanas blancas,
entre sábanas,
con caras de anuncio,
o me las imagino,
simplemente,
tapando el frío.
En el metro, aeropuertos, bares,
librerías, tiendas de ropa,
esperando a que se ponga en verde un semáforo,
en cualquier lugar,
allí están para darme la vuelta a la cabeza
por un rato.
Luego regreso a mis cosas,
porque cruzan la calle y desaparecen
o se deshacen en los brazos de otro
o simplemente me miran pensando
cómo puede haber alguien con tanta tristeza
ignorando que ellas, cualquiera de ellas
quizá sea la respuesta.